En el pueblo hay un extraño personaje. Es un escocés nacido en París, que alterna la estepa lleidetana con Suiza, por donde tiene repartidas las 3 hijas que atesora. Es capaz de tocar cualquier instrumento, posee un negrísimo humor inglés y nunca trabaja, sólo bebe cerveza, pasea y viaja de aquí para allá, quince días aquí y quince en Suiza, cuidando de su prole.
Antes vivía en la casa donde yo vivo ahora y supongo que fue uno de esos días en que vino a ver cómo estaba quedando cuando vio mis libros. Desde entonces, periódicamente, me va regalando sus libros, pero no uno a uno, no, por bolsas. Novelas, guías de viaje, algunos en inglés, otros en francés, alguno realmente sorprendente.
La última donación fue el pasado jueves. Me dijo que tenía una gran colección de National Geographic, guardadas en sus elegantes archivadores, y me preguntó si las quería. Obviamente mi fetichismo rallando el síndrome de Diógenes me hizo escupir un "SÍ" rotundo. Cuando fui a su casa en la entrada había una gigantesca bolsa de deporte llena hasta arriba de revistas, abierta porque no daba para más, y encima de todas ellas había tres libros. Me llamaron la atención, uno es de Günter Grass, otro de Roland Topor (en francés) y el tercero es de la "Sonrisa vertical", "Memorias de una princesa rusa". Enseguida lo identifiqué, claro, tengo unos cuantos libros de esa colección. Lo cogí, nos miramos, me guiñó un ojo, le sonreí. Aquella misma noche lo empecé con avidez, hacía mucho tiempo que no leía literatura erótica y suele gustarme.
En pleno siglo XXI, en la época de la tecnología, de lo visual, de la inmediatez, del sexo por internet y la pornografía asequible, yo echo de menos la fantasía, la imaginación, el poder de las palabras bien unidas, de las historias construídas con entusiasmo y dedicación, la magia de recrear las escenas en la cabeza a tu antojo. Excitarme con los libros. Leer hasta el éxtasis.
Recuerdo que en cierta ocasión hablaba por teléfono mientras rebuscaba entre mis libros. Como un juego unilateral y sin avisar cogí "La novela de la lujuria", de mediados del siglo XIX, y lo abrí al azar por una de sus páginas. Sin decir nada a mi contertulio empecé a leer, al otro lado del teléfono se hizo el silencio....leí una página, otra, y otra, pausadamente, "¿sigo?", "sí, sigue, por favor"....continué, dando énfasis, modulando la voz, imaginando la escena, recreándome en gemidos y jadeos. La excitación crecía a ambos lados de la línea, él y yo éramos ahora los protagonistas de aquellas hazañas sexuales, cada vez más metidos en nuestro papel. Yo leyendo, él escuchando, ambos deseando llegar al final. Todas las historias tienen un final.
Palabras, palabras, poderosas palabras, más poderosas que cualquier otra cosa.
Palabras, palabras, poderosas palabras, más poderosas que cualquier otra cosa.